El, era un niño alegre y amable desde pequeño, mientras estudiaba en el colegio, su madre, que estaba aprendiendo a serlo, anhelaba que él fuera como ella, un estudiante destacado. Ella comprendió que él tenía su propio proceso de aprendizaje y no seguiría exactamente sus pasos. A pesar de las diferencias, siempre tuvo fe en él, lo motivó a seguir con sus estudios y confiar en sus habilidades y potencial.
A lo largo de la enseñanza media, enfrentó dudas sobre sus capacidades, especialmente cuando en algunas asignaturas tuvo calificaciones deficientes. Un familiar cercano hirió sus sentimientos con desafortunadas palabras, diciéndole: “Eres un fracaso”. Sin embargo, tanto él como su madre buscaron ayuda y la encontraron entre personas queridas y de confianza.
Al ingresar a la universidad, enfrentó altibajos en sus calificaciones. En cuarto año, decidió buscar ayuda en la unidad de apoyo al aprendizaje de su universidad, y con esfuerzo y preparación, logró mejorar sus calificaciones, descubriendo así su verdadero talento.
Un día, llamó a su madre emocionado para contarle que había sido seleccionado en un trabajo, destacándose en las entrevistas gracias a sus habilidades sociales y coeficiente intelectual.
Su madre se llenó de orgullo y satisfacción al ver los logros de su hijo. Actualmente, trabaja como ingeniero civil en informática. En julio del año pasado, dio su examen de grado.
Ese hombre, ese niño alegre y amoroso, hoy recibe su título de ingeniero. Aunque no está en Chile para ir a buscarlo personalmente, su madre lo hará en su representación. Más allá del título, ella se enorgullece de los grandes valores que ha cultivado.
Ese niño, ahora hombre profesional y padre de familia, es mi hijo y estoy orgullosa de la persona que se ha convertido. Su éxito no radica solo en su título, sino en la admirable persona que es.
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